Actualmente vivimos en una sociedad digital altamente desinformada, donde muchos exponentes, llamados influencers, carecen, en su mayoría, de un sentido de responsabilidad el cual debería ser cuanto menos cuestionable.
El presente artículo propone, a partir de los diversos discursos sobre emprendimiento que existen en las redes sociales, plantear una discusión que responda a la siguiente pregunta: ¿Se debe aprender el emprendimiento? Para ello, he propuesto analizar tres discursos que están muy presentes de forma atemporal en las redes sociales y que parecen actuar de catalizador para que muchas personas decidan aventurarse a emprender sin tomar en cuenta ciertas consideraciones que la disciplina por sí misma exige.
La primera variable se presenta bajo el discurso del emprendedor exitoso, el cual tiende a simplificar la disciplina de emprender llevándola a una desmaterialización del concepto per se y anteponiendo la idea de que para emprender no es necesaria una educación. Además, en este discurso se resalta la poca o nula responsabilidad que los promotores tienen con su público, donde en muchas ocasiones, el público termina siendo víctima de falacias en las que el promotor no repara sobre los daños que esto puede causar tanto a nivel social, personal y económico del individuo.
La segunda variable se presenta bajo el discurso empirista. En este se alude al emprendimiento y se le aísla de un marco educativo e investigativo, proponiendo que dicha disciplina responde íntegramente a una exploración propia del emprendedor mismo y su experiencia. En este discurso se resaltan aspectos como la actitud y la perseverancia, las cuales podrían llevar al emprendedor por una ruta sesgada dando como consecuencia un camino tortuoso.
La tercera variable se presenta bajo el discurso del fracaso. Aquí se propone, de manera imperativa, que los emprendedores vean el fracaso como algo altamente positivo, eludiendo escenarios, contextos y personas; y proponiendo una homogeneización de la actividad en sí misma, así como los resultado que el emprendedor podría llegar a tener.
Por último, he propuesto una breve opinión de cómo percibo el panorama de la educación emprendedora actual desde en mi experiencia. En este punto, se resaltan las intenciones y los intentos que existen hoy en día por brindar una educación sobre esta disciplina. Sin embargo, también contrapone la actualidad y cómo una sociedad hiperconectada puede mellar cualquier intención de educar.
Este artículo, aunque presente una investigación y citas, no deja de ser un punto de vista personal sobre una realidad que, en mi opinión, parece ser ajena para muchos. Así mismo, debo resaltar que este artículo tiene como eje central ver por un grupo de la población que está siendo expuesto a estos discursos, que actúan como detonadores, y no tiene acceso a una educación más profusa que le permita contrastar la veracidad de lo que recibe. Este blog plantea entender el emprendimiento desde otras variables, por lo que seguramente, y confío en que así sea, usted podrá diferir en muchos de mis argumentos dependiendo de la posición en la que se encuentre. Confío en que la breve y escueta información aquí presentada lo lleve a un cuestionamiento más profundo. Aún con todo esto, lo importante, para mí, es dar una mirada crítica ante el fenómeno del emprendimiento, su enseñanza y su aprendizaje.
Actualmente vivimos en una sociedad digital altamente desinformada, donde muchos exponentes, llamados influencers, carecen, en su mayoría, de un sentido de responsabilidad el cual debería ser cuanto menos cuestionable y cuyo discurso busca influenciar en aquellos que, en aparente estado de desesperación, buscan obtener algunas respuestas a lo que creen que es correcto. Una sociedad que, como menciona Atarama, cuando la normalidad se ve afectada, las personas tienden a buscar cualquier fuente de aparente verdad que les ayude a combatir esa incertidumbre y les garantice que los pasos que dan en el día a día no son en falso.
Además, como recoge Gonzales citando a Casero Ripollés, la facilidad de producción que poseen las redes sociales provoca que el contenido que circula a través de ellas pueda ser manipulado para ensamblar, añadir o remover información, abriéndose paso con ello a procesos de reencuadre, de reasignación de sentido o de recontextualización de la información que pueden alterar su significado.
Si ahondamos en el tema de nuestro interés, existe todo un discurso progresivo sobre el emprendimiento que se alinea con lo descrito anteriormente. Un discurso en el que se alienta al individuo a aventurarse a emprender mostrándolo como algo que solo requiere de un factor: coraje. De hecho, podría hasta decir que lo veo como una necesidad en la que promotores del emprendimiento, con el rótulo de influencers, intentan imponer como una forma de vida y recubren esta disciplina con una retórica que terminan envolviendo entre dos palabras aspiracionales como lo son: la libertad y la independencia financiera o riqueza; con las cuales buscan empoderar aún más que dicha actividad se lleve a cabo sin tener el menor reparo en que esta disciplina requeriría de algo más que simples actitudes de carácter.
Una promoción pobre en donde no se transmite la información suficiente para el emprendedor podría generar un fenómeno de riesgo moral en el que incurriría el promotor para con el emprendedor (Ararat, 2010). Pero además, la desinformación o la escasa calidad de información podría generar efectos adversos de tipo físico, mental, económico y social. Lo cual, dudo con demasía, tengan presente en su discurso.
Desde hace un tiempo atrás, he manipulado el algoritmo de mis escasas redes sociales para explorar en ellas el discurso emprendedor de estos promotores que hablan de este tema sin ningún aparente sentido de responsabilidad hacia quien los observa. Desde empresarios reconocidos, dueños de varias empresas, que se reúnen en podcasts de emprendimiento en los que aconsejan que no es necesaria la universidad o los estudios para emprender; hasta jóvenes dueños de startups que desacreditan a docentes o investigadores que intentan enseñar sobre emprendimiento por el simple hecho de que quizás no hayan emprendido, como si esta disciplina se tratase de puro empirismo. De esta forma, reducen a casi nada el valor de aprender a emprender.
Bajo este enfoque compartido por estas personas, tendríamos que cuestionarnos el valor que le otorgan a la palabra emprender o emprendedor. Quizás, del desconocimiento del significado per se del término emprender parta toda esta disyuntiva, teniendo en cuenta que hoy en día la denotación de un término parece variar en beneficio de quien la profesa.
Existe, incluso, quienes exceden un nivel de irresponsabilidad mayor al proponer la ejecución de ciertas ideas que han visto el éxito en contextos foráneos, pero que difícilmente replicarían ese mismo éxito en nuestro contexto o al menos no si se piensa en la simple idea sin tener presente las diferentes variables que se deben analizar cuando quieres emprender; variables que difícilmente tendrá en cuenta alguien que no ha recibido una educación en estos temas.
Aun así, sería irresponsable no tomar en cuenta que existen algunos canales de difusión que hacen su mejor esfuerzo por compartir lecciones sobre emprendimiento. Sin embargo, cada uno igual que el anterior, con una información superflua que, en mi opinión, no terminaría por cubrir la verdadera necesidad de aprender sobre emprendimiento. Una información que se repite constantemente y que parece pasar de post en post.
Habría que preguntarnos cuál es el motivo que hace que esto ocurra. Me permito lanzar una hipótesis y es que muchos de estos “divulgadores”, a quienes yo llamo “replicadores”, solo repiten conceptos que han leído muy por encima en textos o han escuchado en entrevistas y proceden a compartirlos sin ningún análisis previo de su correcta aplicación, prescindiendo, casi en su totalidad, de un criticismo el cual brinde al espectador u oyente la capacidad para cuestionar la correcta aplicación a su realidad de dicha información.
A usted quizás esto le pueda parecer poco trascendental, pero una investigación buscó examinar los efectos adversos y riesgos en la promoción del emprendimiento donde se pudo evidenciar tanto con la encuesta como con las entrevistas, que el promotor del emprendimiento enfatiza mucho más en resaltar el éxito empresarial que en exponer los potenciales riesgos y efectos adversos de emprender. “…Desde su percepción la promoción del emprendimiento tiene esencialmente una perspectiva positiva e idealista que no ubica al emprendedor en la realidad del proceso y por ende este tipo de sucesos generan mayores impactos negativos.” (Osorio, 2021)
Lo invito a que saque sus propias conclusiones.
El empirismo, definido como una teoría epistemológica que considera la experiencia sensorial como única fuente del saber, afirma que todo conocimiento se fundamenta en la experiencia y se adquiere a través de la experiencia, según el diccionario de filosofía de Rosental e Iudin. Este enfoque parece ser el santo grial de los emprendedores contemporáneos. En este discurso, al cual se le adhiere una retórica motivacional, se manifiesta que la actividad emprendedora es un duro viaje hacia el éxito y que, en la mayoría de las veces, solo necesita de la perseverancia y la actitud del emprendedor.
La paradoja se suscita cuando profundizamos en que empirismo es un término polisémico donde encontramos que es «un sistema o procedimiento fundado solo en la experiencia», pero empirismo también es «un sistema filosófico que toma la experiencia como única base de los conocimientos humanos». Ambos significados aparecen así recogidos en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua.
Habría que cuestionarnos si emprender es algo que solo se puede aprender mediante el ensayo-error o si mediante una educación bien sólida podríamos reducir los errores que proponen ciertos ensayos. Ahora bien, si el discurso, hasta este momento es que el emprendimiento no puede enseñarse o es altamente prescindible su divulgación en términos de estudio, ¿acaso los promotores del emprendimiento no estarían incurriendo en una falacia al manifestar su experiencia como forma para educar al resto?
Hace algunos años prosperó una corriente pedagógica que, llevada al extremo, pretendía convertir a los alumnos en «experimentadores», asumiendo que esto era lo mismo que convertirlos en «científicos», capaces de interpretar el mundo que les rodeaba. Los fracasos y dificultades que surgieron a lo largo de años de experiencia revelaron que este planteamiento era, cuando menos, ingenuo. (Guerrero, 2021)
Aun con todo lo descrito no se puede negar que, hasta cierto punto, la actividad emprendedora tiene un cierto grado de experimentación que solo puede entenderse sobre el terreno, pero que también es muy variable y depende de muchos factores que están asociados intrínsecamente a la persona, el entorno y el contexto. Sin embargo, entender estas variables y enseñar que dichas variables están sujetas a factores que pueden ser previsibles para el emprendedor es de lo que menos se habla cuando se motiva a una persona a emprender.
Intuyo yo que no se hace porque requiere de un análisis más robusto el cual demandaría tiempo y, por alguna razón, encuentro que hoy el factor tiempo, al menos cuando se trata de emprender, resulta ser escaso. Total, es mejor equivocarse sobre la marcha, que intentar prevenir los errores ¿no?
De todas formas, este artículo no propone estigmatizar el empirismo y obviarlo de la disciplina emprendedora, faltaría menos. Lo que sí propone es encontrar un diálogo para que convivan el método científico y el empirismo como tal. Citando a Andreu, frente al empirismo como sistema filosófico, podría decirse que el método científico es más pragmático en lo que respecta a las leyes y principios, ya que no se preocupa por la naturaleza esencial de las mismas, sino por su poder predictivo… A pesar del resultado, no hay puntos que sumar para nadie.
Hoy en día hablar de incertidumbre y riesgo al momento de emprender es hablar con ligereza y bastante aceptación del término fracaso. Este se afianza a la actividad emprendedora y sobre la misma se propone que, a partir de no saber qué podrá pasar y cómo podrán salir las cosas, siempre se puede ver el fracaso como algo positivo y aprender del mismo.
Desde los espacios de producción simbólica más autorizados nos bombardean cotidianamente diciendo que fracasar es algo bueno y que constituye una oportunidad, ya que de ahí surgen lecciones de vida que no obtendríamos de otro modo. Escuchamos por todas partes que la clave del éxito es el fracaso y que tocar fondo es necesario para alcanzar el cielo del éxito. (BBC, 2019)
El discurso contemporáneo propone, de igual manera, que el emprendedor sea visto como una figura heroica e incluso como un salvador de la economía. (Sørensen, 2008)
Esto, en igualdad de condiciones, podría tomarse como un imperativo e incluso como un aforismo. Sin embargo, en la realidad, debemos reconocer que el motivo por el que una persona decide hacerse emprendedor varía según la circunstancia en la que se encuentre. Es así como antes de plantearse el cómo podría verse y asimilarse el fracaso de manera homogénea, deberíamos primero ser capaces de entender las diferentes realidades, las cuales, aún no pueden ser segmentadas por un algoritmo. Aun así, el discurso no prevé el riesgo que, para el emprendedor, trae detrás de sí mismo, como lo propone Eduardo Zazo “Lo más peligroso de este discurso es que con el happy failure (fracaso feliz) se invisibilizan las razones del fracaso de los verdaderos perdedores de la sociedad, de los colectivos estigmatizados que no pueden permitirse la retórica del #fracasamejor.”
Scott Shane, uno de los expertos en temas de emprendimiento más citados en EEUU menciona que “más difícil de explicar es la perogrullada (evidencia) de que “los empresarios aprenden del fracaso” Nuestra creencia colectiva en su veracidad surge menos de una mirada razonada a los datos y más de lo que queremos creer. La idea de que el fracaso empresarial previo ayuda, encaja perfectamente con el lema “si al principio no tienes éxito, inténtalo y vuelve a intentarlo” (Shane, 2011) En la misma línea se argumenta que la “trivialización” de dicha salida, es decir, el intento en la literatura de describir la mayoría de las salidas como exitosas y no como fracasos, podría no solo ser falsa, sino también peligrosa. (Coad, 2013)
A la par existe un discurso dado por algunos emprendedores, los cuáles argumentan sobre el fracaso y caen en el juego de romantizar dichas experiencias convirtiéndolas en casos de éxito donde se prescinde de elementos de vital importancia. Como documentan ampliamente Gartner e Ingram (2013), los emprendedores hablan de sus fracasos en clichés, desconectados del evento en sí. (Gartner e Ingram, 2013)
Teniendo en cuenta la opinión de algunos emprendedores, existe un punto en el que sus opiniones convergen y es que, no es lo mismo emprender cuando tienes quien financie las ideas, a que un emprendedor lo haga con sus propios medios.
Imagine por un momento a Frank, un joven adulto que quiere poner un restaurante y para ello decide pedirle a su padre, dueño de algunas empresas, veinte mil dólares. Al cabo de un tiempo tiene que cerrar el negocio porque no va bien y decide apostar por otras ideas. Ahora imaginemos a Juan, un asalariado cansado de su trabajo que quiere poner un restaurante y para ello ha ahorrado durante diez años los veinte mil dólares que necesita para llevarlo a cabo. Al cabo de un tiempo tiene que cerra el negocio porque no va bien. ¿Cree que el aprendizaje sobre el fracaso se asimilará de la misma forma en ambos?
Existe una clara intención de homogeneizar la realidad de los emprendedores y unificar la ruta del emprendimiento tomando como referencia a países de primer mundo, de manera más precisa citaré a EE. UU., encontrando así que, por ejemplo, en Silicon Valley, el hecho de que una empresa haya fracasado puede ser en realidad una insignia de honor. (Ghosh, 2011) En Perú, en cambio, esa realidad parece distar mucho de la que se puede percibir cuando uno sale y observa el entorno.
Así mismo, una consecuencia que se desprende de manera indirecta de esta intención tiene que ver con la aparición de agentes que usan una retórica discursiva del fracaso en la cual se nos dice que quien no ha tenido éxito es porque no lo ha querido con las fuerzas necesarias, porque no ha fracasado lo suficiente. (Zazo, 2019)
En este punto habría que cuestionarnos si el fracaso se constituye a partir de un elemento meramente de carácter, es decir, por falta de motivación o tenacidad; o sí, por el contrario, el fracaso responde más a una falta de educación en el emprendedor la cual, al no ser tomada en cuenta por él mismo, lo orilla a ser más propenso a fracasar. Lo que es innegable, es que el discurso del fracaso no debería ser verbalizado de una forma tan genérica, pues, en mi opinión, esto crea más brechas y acrecienta los mitos sobre el aprendizaje del emprendimiento. Convenga aquí tener en cuenta lo que decía Aristóteles: fracasar se dice de muchas maneras.
Con los tres discursos observados hasta el momento podríamos concluir, desde el punto de vista de quien se expone a los mismos, que se puede prescindir de aprender a emprender. Sin embargo, esto debe responder a una variable mucho mayor y es que el valor en la educación no está siendo vista como parte importante. Pero ¿por qué está sucediendo esto?
No es para nada un secreto que en la educación actual la motivación de una persona por educarse se encuentra apalancado por la necesidad de contar con un certificado que lo haga escalar en un puesto de trabajo. Ahora bien, en el caso de un emprendedor, cuyo trabajo y discurso ya revisado está expuesto de manera perenne a la práctica y encontrar de manera empírica el éxito ¿qué lo motivaría a invertir en su educación?
Si retiramos la certificación de la ecuación nos quedamos con el conocimiento en sí mismo, el cual puede ser impartido de diversas manera y en ninguna garantizaría que quien se hace de este conocimiento vaya a tener algún tipo de éxito. Pero está claro, que la función de las casas de estudios no está en garantizar el éxito, sino en brindar una educación de calidad basada en herramientas con las cuales el alumno pueda, posteriormente, hacerle frente a la vida en el ámbito que desee desempeñar un papel.
Sin embargo, esto es, lastimosamente, bastante prescindible. Más aún, si tenemos en cuenta la era digital en la que nos encontramos y sobre la cual aparecen muchos actores de diversos ecosistemas con un contenido y una retórica que parece competir directamente con las casas de estudios tradicionales.
Habría que preguntarnos qué están enseñando en las instituciones educativas que hace que esto suceda y si es que en realidad optar por una educación en línea en plataformas como YouTube o con una sesión de varias horas de podcasts podrían suplir lo que se enseña en los institutos o universidades. Al parecer, no existe una comunicación fluida que permita que todos aquellos que están participando por educar a un futuro emprendedor se conjuguen para acordar qué enseñar.
No se puede negar, de ninguna manera, que existe la intención por promover la educación sobre emprendimiento. El Estado Peruano, por ejemplo, cuenta con varios programas en los que, de manera muy simple, brinda alguna especie de orientación e intenta que los emprendedores obtengan herramientas para diversas etapas en las que se encuentra su emprendimiento. Sin embargo, la forma en cómo se dan estas orientaciones son bastantes desprolijas en términos de contenido y aporte.
Por su parte, las universidades cuentan con incubadoras y programas donde apoyan al emprendedor desde su idea. Aparece el concepto Startup que desde hace unos años intenta consolidarse en el Perú como una nueva forma de emprender y mediante el cual promueve la innovación, la cual viene siendo un punto por mejorar. Jaime Serida, líder del proyecto GEM Perú, desarrollado por el Centro de Desarrollo Emprendedor de la Universidad ESAN; explicó, para el blog efecto responsable, que esta cifra, coloca al Perú en el primer puesto en Latinoamérica (3.7%). Le sigue Panamá con 3.2%, Colombia con 3.0%, Argentina con 2.5% y Chile con 2.3%. El Perú se ubica en el puesto 13 de 54 en el mundo.
Aunque las Startups ya están recibiendo este enfoque, tendríamos que mirar hacia el costado y preguntarnos cómo están aquellos que no son Startups. Jessica Alzamora, investigadora del GEM, menciona en un artículo para el blog efecto responsable que si bien, estos temas ya son incorporados en diversos programas orientados a startups, no es muy común encontrarlos en la formación a emprendedores potenciales o dueños de empresas nacientes o nuevas que cuentan con modelos de negocio tradicionales.
Debo resaltar que, bajo mi perspectiva, hoy existe una escaza, casi nula, diferencia en la educación que se promueve sobre emprendimiento, independientemente de donde se lleve a cabo. Esto resulta ser así debido a una aprendizaje centrado en conceptos, tecnicismos y herramientas que son dadas al alumno para ser aplicadas en determinados espacios, pero que no están fomentando el desarrollo de otras habilidades que hoy podrían entenderse como parte esencial por la cual una persona decide no optar por una educación en esta disciplina.
Es esperable que, con la llegada de la inteligencia artificial a las escuelas, esto evolucione, ya que los conceptos teóricos difícilmente podrán aportar valor a la educación en un futuro cercano y más en una disciplina como el emprendimiento. Es entendible que hoy se piense que varias horas de podcast y videos hacen prescindible una educación formal. Entendible, pero a la par preocupante.
Bajo estos tres discursos no cabe duda de que la pregunta inicial del artículo debe responderse de manera afirmativa y enfática. Sin embargo, la forma debe ser observada por los expertos en la materia con el fin de adaptar su enfoque a una realidad más propia del país. No se puede, ni debe, ser ajeno a los grupos invisibles cuya motivación de emprender responde a una necesidad y no a una oportunidad. Si se busca trabajar en una sociedad más equitativa en términos de oportunidades, un objetivo debe ser entender, a cabalidad, los tipos de emprendedores con los que cuenta el país, así como las opciones más realistas posibles con las que, como país, cuenta el emprendedor.
Asimismo, la educación en temas de emprendimiento podría velar por desmitificar aquellas falacias a las que el futuro emprendedor está expuesto. Y es que, la estabilidad de un emprendimiento no depende de cuántas amanecidas, trasnochadas y sufrimiento pase el emprendedor. De igual manera, no depende de qué tantas ganas, coraje o qué tan tenaz sea para sacar adelante su emprendimiento.
En mi opinión, el riesgo y la incertidumbre pueden mitigarse si el emprendedor recibe una formación consistente que no solo esté basado en conceptos teóricos y herramientas. Una educación que lo ayude a entender su escenario actual y lo lleve a cuestionarse las diferentes variables a las que está expuesto como emprendedor.
Se debe tener en cuenta que, con los avances tecnológicos, las herramientas para emprendedores como lo son el Business Model Canvas, el Customer Journey Map, entre muchas otras, quedan a disposición de inteligencias artificiales las cuales pueden sesgar el juicio de quien las use. Se hace imperativo trabajar en fomentar un pensamiento crítico más escueto en el emprendedor, mediante el cual desarrolle su habilidad para discernir entre lo probable e improbable del escenario al que se está enfrentando.
El involucramiento de otras disciplinas que aporten un valor más profundo en el análisis y la toma de decisiones podría ser conveniente en contextos de tanto dinamismo como el que vivimos. Una educación emprendedora centrada en dos enfoques. Por un lado, optar por el racionalismo para, a partir del cuestionamiento y la deducción llegar a una hipótesis. Por otro lado, un enfoque empírico, con el que ya hoy se trabaja, para corroborar la veracidad en las hipótesis propuestas con el enfoque anterior. Asimismo, promover el método socrático en la educación tradicional aportaría mucho valor, no solo a los emprendedores, sino como sociedad.
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