Hoy en día, hablar de incertidumbre y riesgo al momento de emprender implica aceptar, casi sin resistencia, la presencia inevitable del fracaso. Este se ha adherido al ADN del emprendimiento y, sobre él, se ha construido una narrativa que insiste en que siempre se puede aprender algo positivo. Se ha incrustado en el ADN del discurso emprendedor como una virtud disfrazada de herida. La lógica es sencilla: no importa cómo salga, siempre servirá de algo. La lógica parece inofensiva. Pero no lo es. Porque una lógica que no distingue el contexto es una lógica hueca.
Desde los espacios de producción simbólica más autorizados —medios, gurús de negocios, influencers del emprendimiento— se nos bombardea constantemente con la idea de que fracasar es una oportunidad disfrazada. Nos dicen que el fracaso es bueno, que es necesario, que constituye una lección vital sin la cual el éxito no tendría sentido. Se nos recuerda, como si fuera un mantra, que “la clave del éxito es fracasar” y que tocar fondo es apenas un paso previo a alcanzar el cielo del éxito.
En paralelo, se ha configurado una figura casi heroica del emprendedor. Se le presenta como un redentor de la economía, una especie de mártir moderno que arriesga todo por sus ideas y cuya lucha merece admiración, gane o pierda (Sørensen, 2008). El mártir moderno. Porque arriesga. Porque insiste. Porque cree.
Si todos partiéramos desde el mismo punto, este discurso podría ser incluso inspirador. Pero en la práctica, no hay igualdad de condiciones para emprender, y menos aún para fracasar. Como si emprender fuese una línea recta. Como si caer doliera igual para todos. Como si todos tuvieran dónde caer. Antes de normalizar el fracaso como un estadio común y enriquecedor, deberíamos reconocer que no todas las realidades permiten asimilarlo de la misma forma. Jimenez lo advierte:
“Lo más peligroso de este discurso es que, con el happy failure (fracaso feliz), se invisibilizan las razones del fracaso de los verdaderos perdedores de la sociedad, de los colectivos estigmatizados que no pueden permitirse la retórica del #fracasamejor.”
Scott Shane, uno de los autores más citados en temas de emprendimiento en Estados Unidos, también lanza una advertencia:
Scott Shane, con datos más que con fe, lanza una alerta: no está claro que se aprenda del fracaso. La evidencia no alcanza. Pero la fe en esa narrativa es más fuerte que los hechos. Fracasar, creemos, enseña. Porque queremos creerlo. Más difícil de explicar es la perogrullada de que los empresarios aprenden del fracaso. La idea de que el fracaso empresarial ayuda encaja perfectamente con el lema: ‘si al principio no tienes éxito, inténtalo y vuelve a intentarlo’.
Coad lo señala también: el lenguaje suaviza. Llamamos “éxito parcial” a lo que, en rigor, es cierre, pérdida, duelo. Una anestesia léxica.
Además, muchos emprendedores que relatan sus fracasos terminan cayendo en clichés, romantizando las experiencias y desconectándolas de los factores estructurales que las provocaron. Historias donde la épica individual reemplaza al análisis crítico. Gartner e Ingram lo documentan: lo que se omite es tan relevante como lo que se cuenta.
Pensemos en Frank, quien pidió prestado de su padre veinte mil dólares para poner un negocio y fracasó. Y ahora pensemos en Juan, quien tuvo que ahorrar durante veinte años veinte mildólares para poner su negocio y también fracasó. ¿Creemos que ambos viven el fracaso del mismo modo? ¿Acaso el aprendizaje que extraen puede compararse?
La respuesta es a criterio. Sin embargo, el discurso del fracaso insiste en una homogeneización absurda, tomando como modelo narrativas de países como Estados Unidos, donde en lugares como Silicon Valley, haber fracasado con una startup puede convertirse en una medalla de honor tal como lo mencionó Ghosh. Pero fuera de Silicon Valley, hay muchos lugares donde el fracaso no viste de gala. Es cierre. Es deuda. Es silencio
En el Perú, por ejemplo, basta con caminar unas cuadras para ver otra realidad: familias apostando lo poco que tienen. Aquí el fracaso no es una insignia, sino una herida.
A esto se suma una retórica peligrosa promovida por algunos agentes del ecosistema emprendedor, quienes proclaman que quien no ha tenido éxito es simplemente porque no lo ha querido con suficiente fuerza o porque no ha fracasado lo suficiente. Como si emprender fuera cuestión de fe. Como si el fracaso fuera castigo a la tibieza.
Y aquí cabe preguntarnos: ¿el fracaso es una cuestión de carácter, de falta de motivación, de tenacidad? ¿O acaso se trata más bien de una falta de formación crítica, de una educación precaria sobre cómo gestionar un negocio en contextos adversos? Si no entendemos esta distinción, corremos el riesgo de perpetuar un discurso que solo sirve a quienes ya tienen margen para fallar.
En definitiva, el discurso del fracaso no debería ser verbalizado con tanta ligereza. Generalizarlo es peligroso. No porque el fracaso no enseñe, sino porque no todos pueden pagar su costo.
Aristóteles lo decía en referencia al ser: “Fracasar se dice de muchas maneras”.
Coad, A. (2013). Death is not a success: Reflections on business exit. International Small Business Journal, 32(7), 721-732. https://doi.org/10.1177/0266242612475104 (Original work published 2014)
Gartner, W.B. and Ingram, A.E. (2013), “What do entrepreneurs talk about when they talk about failure?”, paper presented at the 33rd Babson College Entrepreneurship Research Conference (BCERC), Lyon, 5-8 June.
Sørensen, B.M. (2008), “Behold, I am making all things new’: the entrepreneur as saviour in the age of creativity”, Scandinavian Journal of Management, Vol. 24 No. 2, pp. 85-93.
Hablar no es solo enunciar ideas. Es también lanzarlas al otro, con la esperanza de que algo rebote. Pero a veces no rebota nada. Existen, al menos, dos formas de escuchar: la pasiva y la reactiva. La primera se deja atravesar sin interpelar. La segunda fricciona, resiste, piensa. Pero el
Las redes sociales dieron forma a la nueva gramática.Azuzaron al error en la escritura.Normalizaron la mala ortografía.Las puntuaciones, vaguedades.Una crítica. La equivocación es algo natural, excepto cuando somos conscientes.Las aulas se jactan de formar profesionales.Para algunas cosas, sí. Para otras, no.La mala escritura crea brechas invisibles.Fragmenta la sociedad.La aletarga, condiciona
El exceso de información, el mandato del rendimiento, la pérdida del silencio: todos son rasgos de una época que interpela a quien observa con atención. La coincidencia no es copia, es eco. Criticar no es crear de la nada. Es mirar con atención. Y atreverse a decir lo que ya