El bonsái de Tomas

Un día cualquiera compré un bonsái. No había fecha, ni motivo. Fue un gesto caprichoso, casi banal. No respondía a una necesidad, ni a una búsqueda. No me informé sobre las ventajas, desventajas o cuidados para con él. Solo fue un deseo desnudo, sin justificación.

Al observar el catálogo, noté que su tronco estaba quebrado. El horticultor explicó que se había torcido durante su crecimiento, pero que ya estaba “curado”. Curado, sí. Pero quebrado. Aún así, junto con el bonsái, llegaron las instrucciones. Como es usual en los que somos inexpertos, las seguí con devoción. Regar cada quince días, evitar el sol directo, no trasplantar antes de cierto tiempo. El manual parecía escrito con la autoridad de una ley natural.

Pero no pasó mucho para que el bonsái comenzara a decaer. Las hojas se tornaron amarillas, cayeron. En su lugar, quedaron ramas secas, escuálidas. Solo espinas. No entendí. Hice todo como debía hacerse.

Me pregunté qué había hecho mal. Si había seguido cada paso. Consulté al horticultor, que sugirió paciencia. Busqué en internet, pero encontré una abundante repetición de fórmulas. Manuales disfrazados de verdad. Desistí. Y el árbol seguía muriendo.

Entonces hice lo que no debía: desobedecí.

Cambié la tierra. Alteré la frecuencia de riego. Lo moví de lugar. Experimenté. Lo traté como un individuo y no como una especie. Como un cuerpo único, no como un estándar. Experimenté. Y revivió.

No de inmediato, no milagrosamente. Pero lo hizo. Cambié de espacio, de cuidado, de soporte y otras tantas cosas más. Empezaron a brotar hojas pequeñas, ramas más largas que el tronco.

Hoy cumple cuatro años.

Entendí que hay indicaciones que matan. Que la generalización, aunque práctica, es una forma de violencia. Que seguir instrucciones no es lo mismo que comprender la vida.

Hay quienes se marchitan no por falta de cuidado, sino por exceso de indicaciones. Por una obediencia que anula la diferencia. Por una fe ciega en lo que se supone que debe funcionar. En un mundo lleno de manuales, experimentar es una forma de resistencia.

Cada bonsái es distinto. Cada persona también.

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