El emprendedor ha hecho del error su maestro, y de la experiencia, su dogma. No hay teoría, solo terreno. No hay método, solo marcha. El empirismo, que alguna vez fue una teoría del conocimiento, hoy es un credo empresarial. Todo se reduce a vivirlo, sentirlo y equivocarse. “Aprende haciendo” es el nuevo catecismo. Y quien no emprende con éxito, simplemente “no lo ha intentado lo suficiente”.
Pero ¿qué significa realmente “aprender haciendo”? ¿Es toda experiencia formativa? ¿O algunas solo desgastan sin enseñar?
El discurso dominante romantiza el tropiezo. Glorifica al sobreviviente y lo convierte en gurú. Como si el éxito validara la pedagogía. Una falacia: asumir que lo vivido por uno puede generalizarse a todos. Un sesgo: olvidar que por cada historia de éxito hay cientos de fracasos invisibles. Un peligro: tomar la excepción como norma.
Hace algunos años, la educación quiso convertir a los estudiantes en “experimentadores”. Se pensó que hacerlo era igual a formar científicos. El resultado: intuición sin rigor, entusiasmo sin método. El error no fue experimentar, sino suponer que la experiencia basta.
Emprender implica inevitablemente cierto ensayo y error. Pero esa experiencia es contingente. Depende de contextos, recursos, redes, azares. Reducir el emprendimiento a una serie de fracasos necesarios es infantil. Ignora que muchos errores eran evitables. Y que prevenir también es aprender.
¿Por qué no se enseña esto? Porque requiere tiempo, análisis, estructura. Y el tiempo, en el mundo emprendedor, es una herejía. Mejor equivocarse rápido que pensar despacio, ¿no?
Este texto no niega el valor del empirismo. Pero sí cuestiona su absolutismo. Propone una tregua: que la experiencia y el método convivan. Que la intuición se someta a prueba. Que el ensayo no se vuelva superstición.
“El método científico no anula la experiencia. La interroga. La confronta. La vuelve conocimiento. Tres verbos ausentes en el discurso motivacional.”
Como dijo Popper, “la ciencia no se basa en la observación pura, sino en conjeturas audaces sometidas a pruebas rigurosas”. Quizás sea momento de hacer lo mismo con el emprendimiento.
Fracasar no siempre enseña. A veces solo duele. Menos mantras. Más método.